El molino de viento del jardín Azcona de Tepic

Mediante carta fechada el 1 de julio de 1881 en la ciudad de Tepic, el señor Fernando Menchaca Martiarena informa al licenciado Carlos Rivas Gómez, que residía en la Ciudad de México, entre otros asuntos lo siguiente: “La plazuela de Azcona ha quedado convertida en jardín. Al frente de la ‘Cruz’ pronto quedará concluido otro: ambos tienen sus respectivas enverjadas. Esto no ha grabado las rentas del Municipio, es obra de particulares…”

Durante el segundo imperio de México al mando de Maximiliano de Habsburgo, en octubre 20 de 1865 Miguel Azcona Lerma es nombrado integrante de la Junta Auxiliar de Colonización de Tepic y es alrededor de ese año que donó el espacio de su propiedad para que ahí se construyera una plazuela dedicada al esparcimiento de los habitantes. Como homenaje al donante este lugar llevó su apellido.

En el plano de la ciudad de marzo de 1880 levantado por los oficiales del Cuerpo Especial del Estado Mayor, entre ellos el Capitán 1º. Victoriano Huerta, aparece el sitio como Jardín y Plazuela de Azcona.

Es a partir del 15 de noviembre de 1946 se inicia la ampliación de la calle Allende y en esa misma etapa de remodelación de la ciudad es que se reforma el conocido como jardín Azcona, colocando en él un 10 de mayo de 1951 un monumento en homenaje a la madre. Al paso del tiempo la presencia de este tributo a las progenitoras hizo en el colectivo de la ciudad poco a poco cambiar su nombre.

El predio en mención, ya desde la media centuria del XIX aparece como propiedad de la familia Azcona. Su apellido original es Gil de Azcona. Los primeros que llegaron a la Nueva España proceden de un valle conocido como “del Jerri”, de la provincia de Navarra. Su presencia en la geografía novohispana fue para ocupar cargos dentro de la administración del gobierno virreinal. Es así como Miguel, hijo de Lorenzo Gil de Azcona y Angela Ochoa de Alda, es comisionado en 1776 para acompañar a José Antonio de Areche y Zornoza, nombrado visitador de los reinos del Perú, Chile y Provincias del Río de la Plata, cargo que consistía en supervisar el buen manejo de los reinos mencionados, con tal suerte que le tocó vivir la rebelión del guerrero indígena José Gabriel Condorcanqui (Tupac Amaru II) y remitir los autos de la rebelión. Es un hijo de este Miguel Gil de Azcona y de María de la Luz González Cid, de también nombre Miguel quien llega a estas región al recibir el 1 de septiembre de 1805 el nombramiento de oficial supernumerario de la contaduría del apostadero de marina de San Blas. Miguel Gil de Azcona y González Cid, hacia 1809 se une a María Cornelia Hernández con resulta de dos hijas, Amparo y Luisa. Al enviudar de ella procrea en su domicilio de la calle de Hidalgo No. 169 de Tepic con la neogallega Gila Lerma tres hijos: Miguel, Manuel y María.

Miguel casó con la compostelana María Ignacia Iñigo Villaseñor, de quien enviudó y en segunda ocasión se unió con Teresa Baster. Miguel por mucho tiempo a bordo del bergantín-goleta de su propiedad donde lucía tanto a babor y estribor el nombre “Cid Campeador” realizó el comercio de cabotaje en el Pacífico, conocido en aquellos tiempos también como la Mar del Sur apoyado de ocho marineros integrantes de su tripulación.

  • Manuel Eugenio, quien contrajo matrimonio con María Gamon.
  • María Eugenia, desposada con Juan Bautista Delgado.

En el lugar que hoy observamos recién remodelado y que ocupa nuestra atención, a fines del año de 1854 los habitantes de Tepic con asombro, curiosidad y hasta con incredulidad veían al ingeniero Manuel Azcona Lerma edificar en madera un artefacto hasta esos días nunca visto en la pequeña ciudad y sólo imaginado por algunos que habían ya gozado las aventuras de Alonso Quijano, obra maestra del oriundo de Alcalá de Henares, un molino de viento. Su construcción la basó en el tomo sexto del libro titulado Tratado Sobre el Movimiento y Aplicaciones de las Aguas, escrito por el español don José Mariano Vallejo, donde en su sección segunda que va de la página 317 a la 356 trata de la acción mecánica del viento y medios de aplicar esta fuerza para satisfacer las necesidades de la industria y la agricultura, puestos en práctica ya en Inglaterra, Holanda, Francia y otros lugares del viejo mundo.

Ante la emoción de Azcona, en uno de los primeros días del primer mes de 1855, la hélice del molino, quizá el precursor de su tipo en México, reaccionó ante la fuerza del viento girando de manera acompasada dejando grabada la escena en el colectivo de la pequeña urbe. En escrito de propio “puño y letra”, Manuel Azcona el día 13 de marzo de 1855 nos informa lo siguiente:

“El público de esta ciudad es testigo de que hace más de dos meses que está plantado un pequeño molino de viento en el jardín ubicado en la manzana núm. 66 del 4º. cuartel de esta ciudad, con el objeto de elevar el agua para el regadío de las plantas de que se compone: dicho molino eleva el agua a cuarenta y ocho pies españoles por medio de una bomba que estaba tiempo hace establecida para regar a mano, y por lo mismo no lo construí de manera que el agua se elevara por medio de cubos como los de una noria común.”

El extracto anterior es parte de un documento que el señor Manuel Azcona hace llegar al agente del ministerio de fomento en Tepic, Don Juan Fernández Castaños, ante la preocupación por lo publicado en el Diario Oficial No. 208 del día 24 de febrero del año que transcurría, donde los señores J. Pablo Martínez del Río y Emilio Shleiden piden que se les otorgue privilegio exclusivo en la República Mexicana para sacar el agua por medio de molinos de viento, asegurando que era un verdadero invento; argumento que el tepiqueño señalaba como un fundamento no válido, ya que el medio tan antiguo como sencillo de proporcionar regadío a los terrenos no es un invento particular de ellos, por lo tanto sería muy extraño que en el futuro tendría que ocurrir si se les concede la gracia a los antes mencionados, a comprarles un permiso, para poder disponer de una corriente de aire para satisfacer una necesidad industrial.

Lo expresado por Azcona y las pretensiones de Martínez del Río y Shleiden nos hacen suponer que los molinos impulsados por fuerza eólica antes de estos acontecimientos no eran utilizados y que Tepic tuvo el privilegio de contar si no con el primero, sí con uno de los primeros en el territorio mexicano.

Azcona Lerma con un gesto de generosidad continúa su escrito: “Lejos de abrigar yo semejante pretensión de exclusivismo, he ofrecido a muchas personas que han visitado el referido jardín atraídas por la curiosidad, darles planos o dirigir cualquier construcción de molinos para elevar el agua del río o pozos en sus posesiones, sin cobrar nada por mi desempeño. Varias han aceptado, y espero que dentro de poco tiempo, habrá muy pocos que no hayan satisfecho en esta municipalidad sus necesidades de agua para los riegos. Al proceder de tal modo no me ha guiado otro interés que el de contribuir en algo al desarrollo de conocimientos útiles…”

El escrito lo prosigue con un dato de bastante interés: “Hace algún tiempo tengo construido un modelo de otro molino de viento destinado a aserrar madera con sierras comunes, el cual desde hoy mismo lo manifiesto a Ud. para lo que pueda ocurrir acerca de este particular; en concepto de que su mecanismo es ideado por mí solo, pues no he visto ningún otro ni en las láminas de un libro; y no obstante no me considero acreedor a privilegio alguno…”

El documento acusó recibo de la siguiente manera: “Agencia del ministerio de fomento en Tepic. El que suscribe certifica que la anterior comunicación, le fue entregada por el Sr. Azcona en esta fecha; que es cierto que tiene establecido en un jardín de esta ciudad un molino de viento que eleva el agua necesaria para su regadío; que igualmente me presentó un modelo de molino de viento para darle movimiento a una sierra y a pedimento del interesado firmo el presente. Tepic, marzo 15 de 1855. Juan Fernandez Castaños.”

Al correr el tiempo el ingeniero Manuel Azcona se trasladó a vivir a la ciudad vecina de Guadalajara y tal parece siguió igual de inquieto.

Observaciones meteorológicas. El señor ingeniero D. Manuel Azcona ha dirigido desde Guadalajara esta invitación a sus colegas de la capital:

“Establecido el telégrafo eléctrico entre esta ciudad y la de México hace tiempo, deseo estar en comunicación con algún ingeniero de los de aquella escuela para averiguar la diferencia de longitud de ambos lugares con la precisión que proporciona tan felizmente la electricidad; suplico a los estudiosos que se complacen en este género de investigaciones curiosas, nos preparemos y pongamos de acuerdo para fijar el día y momento de obtener la longitud geográfica de ambos lugares por medio de cronómetro o reloj cuyo movimiento esté bien observado. Guadalajara, septiembre 30 de 1872. Manuel Azcona.”

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