El Napier de los Aguirre, el primer automóvil que hubo en Tepic

A los puntos y líneas de Morse las grafías daban significado en la telegráfica que operaba en la calle de Zacatecas desde el 30 de abril de 1872, a escasos pasos del jardín Sanromán, un entrecortado mensaje con remite de la ciudad de México se anidó en el sobre, el mensajero presto sabía el protocolo a seguir al ver el domicilio “Aguirre”, la distancia hasta la lujosa casona de la Hidalgo y México salvó a pedaleo en menos de tres vueltas de segundero. Ya en la mansión donde el control administrativo de haciendas y factorías industriales más productivas del Territorio tepiqueño se ejercía, las sexagenarias manos de Faustino Somellera hicieron cumplir la labor del lujoso abrecartas, brotando por la presión del doblez la pequeña hoja del comunicado: Mexican Electric Vehicle Co. Primera Humboldt 12, México D. F. febrero 11, 1908.  “Vehículo Napier embarca hoy ferrocarril México//estación San Marcos, Jal”.

Trece años, un mes y siete días habían pasado desde aquella primera vez que se vió circular un “carruaje de motor de petróleo” en la capital de la república, un Panhard Et Levassor 1894, fabricado en Francia. Al carruaje misterioso como lo llamó la prensa de la época, se le vió salir al  abrirse el portón de la calle del Espíritu Santo número 2, un sábado 5 de enero de 1895 al mediodía manejado por don Fernando de Teresa, quien con destreza controlaba la manivela que daba a las ruedas la dirección deseada del novedoso automotor de color rojo, sin perder la atención de reojo la palanca del freno por lo que se pudiera atravesar.

RUTA DEL NAPIER  CD. DE MÉXICO A TEPIC.

Sin contratiempos el día señalado el hermoso vehículo británico, anunciado como el primero de seis cilindros en el mundo, de volante al lado derecho y ya no de manivela al centro,  modelo Colonia, marca Napier tipo Touring de 40 Horse Power, con asientos para siete personas,  y reforzado para soportar los accidentados caminos del territorio tepiqueño, se embarcó en la estación de Buenavista de la capital mexicana en uno de los vagones del ferrocarril. Al convoy férreo a las 8:00 pm rumbo a Guadalajara se le vió salir puntual, llegando a esta el siguiente día a la estación de San Francisco también conocida como del Agua Azul a las 11:00 a.m., donde el vagón donde se transportaba el automotor fue enganchado al tren que partiría a las 6:45 de la mañana del siguiente día hacía la estación terminal del pueblo de San Marcos, donde con regularidad llegaba cuatro horas después. Ahí la hermosa máquina de un valor exorbitante cercano a los siete mil pesos se desempacó bajo la supervisión de los chauffeures Harry M. Schultz y J. L. Laurence, encargados de hacer la entrega en Tepic. El día 14 antes de las cinco de la mañana Schultz y Laurence iniciaron la travesía de los 149.5 km que los separaban de su destino, por el camino que el 26 de mayo de 1901 fue inaugurado, carretera que bajo contrato entre la Secretaria de Comunicaciones y Obras Públicas del gobierno porfirista y el empresario Agustín Menchaca Martiarena se construyó para que la compañía de transportes de este último prestara el servicio desde la estación de San Marcos hasta la terminal que tenía establecida desde 1895 (14 de septiembre) en Tepic, en la confluencia de las calles Querétaro e Iturbide (hoy E. Zapata), sitio del que solo como único recuerdo al exterior quedó por mucho tiempo del elegante paradero de las diligencias, un bar conocido con el nombre de La Posta.

El tramo más pesado del recorrido del automóvil lo encontraron dentro de los 48.5 km que los separaban hasta Ixtlán, en la conocida como Sierra del Guayabito, donde al pie en la ranchería de El Rodeo a los carruajes se les reforzaba a las seis mulas habituales con otras dos para lograr el ascenso sin dificultad de los 400 metros de la cuesta conocida como de los ingenieros, en ella el poder de los seis cilindros del Napier superó la prueba sin ninguna dificultad, viéndosele llegar a Ixtlán del Río antes de las diez de la mañana, aprovechando los tripulantes para dar gusto al paladar con un rico desayuno e informar mediante comunicación telegráfica a la Mexican Electric Vehicle Co., su llegada a la población, y su continuar hacía la capital del Territorio.

“Yermo y poco atractivo al principio, a medida que se acerca el distrito de Tepic, las verdes colinas y la exuberante tierra del café, la caña de azúcar, el tabaco, el maíz, el algodón y la mayoría de los productos del trópico, hacen que todas las dificultades de la problemática ruta de 93 millas de la diligencia valgan la pena…” manifestaron los tripulantes del Napier Touring al ser entrevistados. Las postas de El Rodeo, Malinalco, Ixtlán, Ahuacatlán, Tetitlán, Jazmines, San Leonel, y La Labor, que los separaban de Tepic, una a una fueron dejando atrás, las vencieron en 14 horas, “llevándolo despacio y empapado de fotografías y cosas por el estilo a intervalos frecuentes”, logrando hacer trece horas menos de las que de ordinario recorrían las diligencias de Menchaca. Minutos menos, minutos más de las 6.30 horas del atardecer al elegante convertible de color verde, que sin contratiempos, ni el sufrir de algún pinchazo en los neumáticos, se le vió entrar a la ciudad de Tepic y hacer el trayecto hasta la casona de la calle Hidalgo marcada con número 90, conocida como la Casa de Aguirre.

Si bien el Napier no fue el primer automóvil que llegó a Tepic, ya que un año antes, el 19 de marzo los hijos de Agapito Fernández Somellera y Francisca Martínez Negrete, Fernando y Pedro en su paso rumbo a Mazatlán llegaron a saludar a Faustino Somellera conduciendo un modelo F Cleveland de 30-35 caballos de fuerza, que seguro fue el aliciente para que su tío se decidiera a adquirir uno, si fue el primer vehículo que llegó para quedarse y prestar servicio a los administrativos de alto nivel de la poderosa empresa tepiqueña, sobre todo en la visitas de inspección que hacían  a la considerable cantidad de haciendas que poseían.

Al solitario vehículo de vez en vez, y no con mucha frecuencia se le veía abandonar la hermosa finca atrapando la admiración, admiración que se fue diluyendo al ir aumentado el parque vehicular de la ciudad, que hasta nuestros días su aumento excesivo ha creado una vorágine anárquica difícil de controlar.

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